¡Un día más de vida! ¿Gracias a Dios? Un día más que no acaba el mundo, que parece acabar poco a poco. La ciudad inerte amanece, en tono sepia, abarrotada e inconforme, de ojos opacos, sin la chispa de la vida, amordazada; quizás algún sueño y diez mil frustraciones.
Me acerco a la misma parada, en el mismo lugar de siempre, a esperar la misma ruta que me llevara a mi vertedero de ilusiones. No hay más que hacer que trabajar, llegar a casa, comer, dormir y esperar al día siguiente para repetir la rutina. Es como si nos guardáramos a esperar la muerte inminente. En la casa trabajamos todos para ajustar las cuentas, él que quiere estudiar, lo hará trabajando al mismo tiempo. Hasta el momento, ninguno ha podido lograr esa hazaña.
Me monto en la ruta, le pago al conductor y espero el vuelto de cincuenta centavos que me ajustara el pasaje de vuelta. El bus en esta parada llega vacío porque está cerca de la terminal, un sitio alejado del centro de la ciudad; si existe alguno. Aprovecho para sentarme al lado de la ventana y divagar. Pensar en como tener una vida distinta, en una vida digna, como dictan los panfletos en las calles; aunque las calles agrietadas, áridas y repletas de basura, no inspiren nada. A veces es mejor disociar que asumir la realidad. La realidad duele más, que la película que me invento en mi mente. ¿Qué es tener una vida digna? ¿Es poder comer cada día, aunque sea arroz y frijoles? ¿O a veces solo arroz y pan, porque los frijoles están caros? No es mi caso, porque en mi casa trabajamos todos; nos damos el lujo de ponerle queso al arroz y los frijoles.
El bus se empieza a llenar, se sube el primer vendedor a ofrecer cartílago de tiburón, para sanar y fortalecer los huesos, el cartílago, la artritis y prevenir la osteoporosis; a tan solo ochenta pesos las cien pastillas. ¿Cómo nunca se le ha ocurrido a los ortopedistas tratar el desgaste en los huesos con cartílago de tiburón? Según mi amigo Raúl, a su tío le amputaron la pierna en el hospital público, casi, casi, por el mismo problema.
El bus comienza a perder oxígeno, el calor empieza a sofocar, los olores a mezclarse y las caras a alargarse; si no venían alargadas ya. Se sube una embarazada. Es momento de poner a prueba la sororidad. O no. Las mujeres no tienen tanto peso de la responsabilidad al ver a una mujer embarazada, el hombre por las normas sociales, pone en juego su ego, su hombría, su caballerosidad. Una mujer puede ceder el asiento sin tanta parafernalia. Finalmente, la mujer, a como pudo, se coló entre la multitud de personas agarradas de los tubos del bus, y llego a parar donde estaba yo; termine cediendo mi asiento; a mi lado, iba una señora, no podía ofrecer su asiento, pues sus rodillas con costo lograron realizar la flexión necesaria para subir las gradas del bus, levantarse para ir de pie, era pedirle mucho a sus huesos; ni el cartílago de tiburón hubiera ayudado. Mi caballerosidad quedó intacta. Cedi el asiento; pero disimulo mi molestia por ir de pie el resto del trayecto. Una molestia que ya estaba presente cuando subí al bus, solo le di un motivo; se respira y se siente en el aire espeso que llena la ciudad, más denso aún dentro del bus. Y el sol que abofetea mi cara y empieza a picar, el único rayo de luz que se ve en la ciudad. Ni el amanecer trae consigo esperanza para la ciudad.
Llegamos a otra parada, aún falta para completar mi viaje. Justamente, nos detuvimos en el canal confiscado por denunciar la corrupción del gobierno. Estúpidos, no entendieron que con ellos no se juega. Aun el edificio no lo ocupa nadie. Es un mensaje político para entender que debemos de callar. El bus se llena más y más, en cada parada bajan dos y suben ocho. Y cada persona que sube, parece llenarse de la misma inquietud; o más bien, sube con la inquietud en el cuerpo. Ir de pie, me permite ver la mirada prófuga de las personas. ¿Qué tanto los puede perturbar? Acaso, ¿serán las deudas? ¿Será el transporte? ¿Serán sus sueños? ¿Será el trabajo? ¿Será la familia? ¿O es simplemente la ciudad? ¿O será el gobierno? Si alguna vez llegara a tener un poder, me gustaría poder contemplar las elucubraciones de las personas cuando viajan en un bus. Es el único poder al que aspiro, no necesito otro más. No resolvería nada, pero entendería más.
El conductor continúa su marcha. Como todos los días, comienza a realizar malas maniobras para llegar más rápido a la siguiente terminal. Según los parámetros de la ciudad, tienen que recibir una capacitación de parte de la policía para hacerles ver que: “transportan gente y no animales” — como decía mi mamá. Una frase en la que no estoy del todo de acuerdo, ya que, he visto camiones que llevan cerdos y caballos que conducen con más cautela. Así es la ciudad, hay cerdos al volante y cerdos en la asamblea. Pero recordé lo que me dijo mi amigo Raúl de esas capacitaciones, su tío – cuando fue a sacar su licencia – paso escuchando dos horas a un policía, en el seminario de tránsito, jactarse de la camioneta que poseía, para luego ver un video de accidentes; como si no fuera suficiente ver esos videos en las noticias amarillistas. Y todavía, el policía, déspota y arrogante, humilló a un señor que no sabía usar la computadora al realizar la prueba teórica. Lo bueno es que juran estar al servicio de la gente; pero hasta el policía tiene sus luchas.
Mi amigo Raúl tenía un tío policía, con esposa y tres hijos, su salario no era ni la mitad del precio de la canasta básica, lo que lo volvía susceptible a los sobornos. ¿Podemos justificar su acto porque sus intenciones eran buenas? Pues si no robaba, no comía.
En esta ciudad, hasta el conductor del bus tiene sus propias luchas, y tampoco está conforme con tener la responsabilidad de cargar con más de cinco mil personas al día, y que siempre que hay un choque, el bus tenga la culpa porque, según la gente, manejan como animales. Me pregunto si en el reino animal cuando cometen una insensatez, se ofenderán los unos a los otros llamándose “humanos”. Toda esta mierda la voy pensando mientras sigo observando las caras largas de las personas. No sé si es el bus que me llena de un aura pesimista, o si el simple hecho de ir de pie y sudando, hace que mi cabeza se desconecte de la realidad. Como envidio al dueño del carro Toyota que va pasando al lado, mientras él va en aire acondicionado, yo voy a chorros sudando.
Todavía falta para mi destino, mis pensamientos vuelan rápido, más rápido que el bus, y eso es decir mucho.
Para llegar a mi destino tenemos que atravesar el mercado más grande de la ciudad, no hay bus que no pase por ahí, ni habitante que no compre ahí. El olor al mercado es peculiar, lo identifico rápido, a dos calles antes de llegar; a veces siento que se pega en mi ropa; o no sé, si es solamente la percepción de verme rodeado por mucha basura y corrientes de aguas negras que pasan por los puestos de los comerciantes. Quizás, es el olor que desprenden los vendedores que se suben al bus, sin importar que esté lleno. En esta parada, se sube un señor, vendedor de refresco, veterano de guerra. A quien la guerra lo abandonó, pero él no ha abandonado la guerra. El partido por el que luchó y por el cual le amputaron la pierna, le dio la espalda; pero él, aún lo apoya. Hay quienes sí son fieles a sus ideales, aunque sigan provocando hambre.
En esta ciudad, solo se habla de guerra. Los cuentos de mi abuelo, eran de la guerra. Todos crecieron en la podredumbre de la guerra, y sus mentes quedaron estancadas en esos años. Aquí, los que fueron a la montaña a pelear, se creen capaces de todo, y según ellos, nadie hace el trabajo mejor que ellos. Crían hijos con mentalidad de guerra; mentalidad de supervivencia. Nuestros gobernantes han sido y son caudillos, que no han olvidado la guerra de hace cincuenta años, en sus discursos, es el único tema que exponen, como si hablar de muerte y putrefacción fuera la única forma de tocar las fibras de sus militantes; que también están listos para una guerra. El gobierno se aburrió tanto de esperar una guerra, que ahora la guerra se la hace a su propio pueblo.
De repente, un frenazo violento hace que todos dentro enfrentemos la gravedad. Las llantas quedaron marcadas en el pavimento. Claro, el busero capacitado intentó tirar el rojo para no esperar el próximo semáforo. Como era de esperarse, la gente le empezó a gritar: “Aquí no vas con animales”. El bus continúa su trayecto, mientras sigo observando a mi alrededor. Del sobresalto, recordé en algún momento haber visto un rosario reposando en los pechos de una mujer, trate de ubicarla en el bus entre el tumulto de gente, para confirmar si no era alguna imagen pasada de otro bus y otro trayecto.
La mujer estaba ahí, en ese mismo bus. Y con el rosario color plata recayendo sobre sus pechos. Ya no es tan común ver un rosario reposando en el pecho de las personas.
En esta ciudad, hasta alabar a Dios, es difícil. Muchos lo usan en nombre de la corrupción. Otro bando que pronuncia su nombre, es declarado culpable en los tribunales por atentar contra la paz y la soberanía nacional, mientras jura ante la biblia decir la verdad y nada más que la verdad. No se sabe quién es bueno y quién es malo. Esta ciudad está sumergida en un caos moral. Aquí no hay bandos medios, no existen neutralidades. Quizás, por eso, es que ahora todos caminan callados en el bus. La política es un tema del que nadie quiere hablar. Es preferible callar y hacer como que no pasa nada. Ahora, ya ni los periódicos circulan para evitar que leas el titular desde la ventana del bus, al quiosco de la parada. Un titular da mucho que hablar, aunque no hayas leído la noticia entera. Por eso, los periodistas de esta ciudad, se tardan más escribiendo un titular que la noticia en sí. Saben que nadie lee, y que leer el titular, es como leer un resumen de lo que paso. Y si alguien pregunta de más, pues se inventa y ya. Así corre la noticia en esta ciudad.
Ya casi, casi, que llego a mi destino. El calor es insoportable y entre más pienso en eso, más sudo. Vamos pasando por un hospital viejo. Creo, que aquí le amputaron la pierna al tío de mi amigo Raúl. Ya salimos del mercado, hace rato, a veces siento que toda la ciudad se parece a ese mercado. Basura, desorden y caos por todos lados. Esta ciudad es como si un terremoto y un huracán pasaran al mismo tiempo, dejando solo las ruinas, y de la desesperación, se reconstruyó como sea. En esta ciudad no tenemos un centro. Esta ciudad es un monstruo arquitectónico. Ordenarla, es despertar al monstruo. Y es eso, sin sumar los desastres de la guerra. Es una ciudad, digamos que, con una belleza abstracta; es como vivir en una ficción eterna.
En el colegio, me enseñaron que estamos en una posición geográficamente privilegiada, quisiera conceder ese privilegio a países ricos. Donde no hay guerra, ni terremotos, ni huracanes. ¿Por qué los países ricos no sufren de esas cosas, si son los que tienen el recurso para sobrellevarlo? Dice el gobierno que las guerras, es porque los países ricos las inician, pero que las pelean en otro lado. Quizás estamos esperando el día que un país rico decida invadirnos, por eso estamos con mentalidad de guerra.
Estoy a una parada de llegar a mi vertedero de ilusiones, mi trabajo. El viaje en el bus me ilusiona más que mi trabajo, aquí soy más feliz, perdido en mis sueños de día. Una señora está peleando con el conductor porque este no tiene los cincuenta centavos de cambio. Así es la ciudad, para unos, cincuenta centavos no vale nada, y los tiran a la calle para que alguien los recoja y ajuste para el pasaje. En esta ciudad, se permite de todo menos que suban el pasaje. El transporte es parte de una vida digna. Al mes me gasto cien pesos en bus, ese presupuesto no puede elevarse. El precio del bus se ha mantenido por cinco gobiernos, y quien lo intente subir, ocasionará que le quemen la ciudad. La canasta básica, en cambio, cada gobierno sube más y hoy supera por tres el salario mínimo. Supongo que comer no forma parte de una vida digna. Dice el gobierno que es por el petróleo, pero yo no sé de esas cosas, yo no estudié nada. Solo sé que aquí la luchamos muchos para el privilegio de pocos.
Finalmente, he llegado a mi destino. He gritado “parada” dos calles antes, porque si no, el busero pasara de viaje y me dejara cinco calles más lejos. Camino hacia mi destino, ya listo para otra larga jornada laboral. No estoy a gusto con eso, pero es lo que hay. Quizás, no sea del todo mi destino. ¿Qué estoy diciendo? No tengo tiempo para soñar cuando hay bocas por alimentar. Así termina otro recorrido por mis sueños de día, los verdaderos sueños del interior. La película que nunca aburre. Así es mi ciudad, mi ciudad digo, porque es la única de interés del gobierno. El resto de ciudades de este país, están más olvidadas que los veteranos de guerra. Quizás al gobierno le falta soñar despierto; Quizás al gobierno le falta un viaje en bus por la ciudad.