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Escrito el 5 de octubre del 2023.
¡Volví! Me había perdido un poco. Septiembre fue de esos meses donde la línea de tendencia emocional estaba un poco en picada. Había un par de temas que me estaban absorbiendo las reservas de serotonina que no me dejaban pensar en absoluto – seguramente hablaré de ellos en otra entrada. — Lamentablemente, cuando tengo la mente invadida no hago nada más que reflexionar. Imagino todas las posibilidades que me permitirán despojarme de todo, mientras el cortisol da vueltas en círculos por toda mi corteza prefrontal y el hipocampo. La vista se pierde un poco, en un punto, a veces sin retorno. Donde sea que la pupila enfoque su atención, para que el cerebro expulse creatividad y logre imaginarse otra realidad en unos cinco segundos. Todo esto, mientras sostengo alguna conversación o realizo alguna actividad que, por disociar, pierdo el hilo de todo.
Así fue, que perdí el hilo este mes. Me alejé un poco del camino. Incluso, estoy viviendo con secuelas esta semana, tratando de sujetarme bien del tren que paso a mi lado, y que me lleva al camino que tenía planeado. Creí que el tren no llegaría, y que me dejaría varado. Pero, en el último suspiro de mi última bocanada de aire, lo vi llegar. Y me devolvió el aliento. Me encontró renegando y sin esperanzas. Me encontró harto de tanta espera, a punto de “Comer mierda” – como sugirió El Coronel, a su esposa, en: “El Coronel no tiene quien le escriba.” De Gabriel García Márquez. Luego de que esta (la esposa) preguntara que comerían. El coronel, cansado de esperar la carta donde al fin le confirmaran su pensión por veterano de guerra, vendió todo y se quedó esperando, lo que detonó la icónica respuesta y final del libro.
Yo, de tanta espera; de tanto contar los días; de tanto levantar la mirada al cielo; de tanto rebuscar el equilibrio; la balanza de mi cuerpo ya no podía superar las ciento ochenta libras. Pues, llegaron dos libras más. Que se hospedaron en mi cabeza, y me enterraban en la tierra, hasta casi doblar mis rodillas y pedir perdón por mis vidas pasadas, que seguro, son las causantes de que no me sienta bien. Ni el gimnasio podía ayudar a equilibrar el peso, porque deje de ir, sin más.
¿Escribir? No tengo ganas. Y no tener ganas de algo que te gusta, es una señal que algo no está bien. Es que, de repente, me quede si temas. Pero, se puede hablar de lo que sea para estimular el proceso creativo. Tampoco es publicar algo por hacerlo y ya. Para eso, mejor le pido a ChatGPT que me cuente algo trágico y lo hago propio. Sin embargo, como mencionaban los guionistas de la huelga de escritores: “ChatGPT no tiene traumas de infancia”. Y este escrito, ni planeado, estaba. Calidad, no sé si tenga. Estructura menos. Generalmente, solo dejo que mis dedos hagan el trabajo por mí, mientras yo sigo disociando y pensando que escribiré en diciembre.
Es que, este mes, mi cerebro estaba en modo avión. Fue cerrar los ojos y ver que ya es octubre, aunque, eso ha pasado en todos los meses. Pero, septiembre, fue sentarme con mis amigos a beberme unas cervezas, y que también notaran que me encontraba ausente y frígido.
Muchas veces creo, que así será toda mi vida. Otras veces digo, que la mente, como cualquier otra cosa, se puede educar y hacerla que deje su disrupción cognitiva.
Logre interrumpir un poco la maquinaria con motivo de mi cumpleaños. Una celebración inesperada que, ni yo, la esperaba así. Con un pastel inspirado en el ángel alado que motiva o deprime mi vida, con una de sus frases celebras y más nobles: “¡Mereces lo que sueñas!” ¡Y claro que sí! Todos lo merecemos.
Los días continuaron en este mes patrio, de azul y blanco. Para mí, fue más azul, incluso más azul y más intenso que el trozo de azul de Alfonso Cortés en su poema “Ventana”. Ahí, también vive, a flor de éxtasis feliz, mi anhelo.
Me reencontré con una persona sumamente especial en mi vida, a quien considero mi hermana, y tenía alrededor de seis años de no verla. Moría por verla, aunque se llevó un poco de los síntomas de septiembre, y lo noto. Lo hablamos.
De repente, me encontré en los mismos vicios o hábitos que me tenían hundido, no hace mucho. El blog me estaba ayudando demasiado a distraerme. Y a expresarme, sobre todo. Y sentirme imposibilitado de hacerlo, y que muchos me preguntaran que por qué ya no estaba publicando, fue acostumbrarme a un ritmo que ya no podía sostener, sin realmente sentirme saturado. Simplemente, un desbalance emocional que bloqueaba la creatividad. Asimismo, impedía el seguimiento de mi rutina habitual, creada para crecer, y a olvidar mis pensamientos.
Hasta el final de este mes, que funciono como parte del desarrollo de mi personaje, encontré el arrullo de mis pensamientos. Y con ello, la llegada del tren. Que creí no llegaría. No sé si llego muy tarde, o si llego justo a tiempo. No estaba en mis planes tomarlo en septiembre. Pero, como siempre, la vida se carcajea de tus planes originales y te obliga a tomar el camino de piedras. Pero hasta las piedras son preciosas dependiendo con que ojos las miremos. El camino puede ser distinto, pero el destino siempre tiene que ser el mismo.
Y ya estoy a punto de emprender ese viaje. Me sujeté fuertemente del tren, que por cierto, solo pasa una vez. Me voy de viaje. Un viaje largo. A un nuevo lugar del que todo mundo habla. No quiero que me cuenten cuentos, quiero vivirlo yo mismo. Me voy de viaje, pero el blog se va conmigo. Porque sé que habrá otros septiembres en los próximos años. Pero, prefiero los septiembres, ante que los abriles.
Este mes pasé disociando. Pero, ya volví a la realidad y… ¡Ahí vamos!