La infinita transcendencia del amor

La infinita transcendencia del amor

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Lectura de 10 minutos.

Un artículo dedicado a mi madre. 

Tarde en encontrar las palabras adecuadas para arrancar este escrito. Tengo un problema al escribir: no logro que me salgan las palabras, sin antes tener decidido el título. Esta decisión me causó mucho conflicto. Pase semanas reflexionando sobre el título adecuado de este artículo, y su contenido. Jamás pensé que describir el amor hacia mi madre iba a generar un bloqueo. Luego entendí, que era un reto. Porque no hay un amor más indescriptible, que el amor de una madre. Las palabras permanecen breves, mientras el amor se intensifica. 

Mi mamá se casó joven, a los 18 años, ya embarazada de mi hermano mayor. Cuatro años después, nací yo. Los recuerdo que evocan de mi memoria, son todos en Monseñor Lezcano, cuando vivíamos en casa de mis abuelos maternos. Por mucho que intente, no logro recordar la casa antes de su remodelación en la parte del fondo que, eventualmente, sería el cuarto de mis padres, una sala, y el cuarto que compartíamos mi hermano y yo. 

En esta etapa, recuerdo a mi mamá estudiando. A diario, mi hermano mayor y yo, íbamos con mi padre a recogerla a la universidad. Momentos que recuerdo bien, porque cerca de ahí, íbamos a menudo a visitar a su mejor amiga, la cubana, quien nos regalaba snack pack de chocolate, que desde ese entonces amo con locura y siempre me recuerdan a ella. 

Mamá logró finalizar la universidad y obtener su título de licenciada, desde entonces, ha tenido una larga trayectoria en ventas. Siempre ha sido una mujer muy trabajadora que ha hecho de todo, vendió carne un tiempo – lo dejo de hacer porque la familia robaba la carne de la mantenedora, cuando aún vivían con mis abuelos paternos, en una casa grande con mucha gente—, vendió fresco, plata, ropa, Avon, comida, leche agria, fue pionera en Nicaragua en vender elotes Mexicanos; no fuimos muy visionarios en la expansión del negocio como Elotes locos. 

Cuando di mi primera comunión, a los 9 años, mi fiesta fue, en su mayoría, por dinero que ella había recolectado, junto con mi abuela, vendiendo comida los domingos. A mi corta edad, observaba el esfuerzo, pero no la magnitud del acto. Desde entonces, el amor iba transcendiendo, más allá de todo. 

Ella siempre se ha encargado de brindarnos y complacernos en todo lo que pueda. Para la fiesta de 15 años de mi hermano mayor, en contra de la voluntad de mi papá, le celebro la fiesta. Mi papá, no quería celebrar la fiesta como castigo a mi hermano, por encontrarse repitiendo segundo año de la secundaria. Sin embargo, ella continuó con los planes y logró realizar la fiesta.  El amor trasciende hasta la más duras de las voluntades. 

 

El arte de la division fonológica

Si bien nos complacía en lo que podía, también nos daba fajazos muy seguido. Mi mamá ha cambiado mucho su carácter a lo largo de los años. Cuando ella trabajaba, mi hermano y yo nos quedamos bajo la supervisión de nuestros abuelos. Mi abuela también nos pegaba, pero se cansaba de darnos tanto que, esperaba a que mi mamá llegara por la noche para ponerle las quejas del día, y ella, con todo el estrés cargado del trabajo, se lo desquitaba en mis piernas. 

Las madres tienen un arte natural en la división fonológica, quizás inducido por los métodos de enseñanza antiguos para dividir las sílabas e identificar el acento. Cada vez que mi mamá agarraba la faja, ya sabia que la cantidad de fajazos era proporcional a la cantidad de sílabas del acto cometido, era algo así: Por (Fajazo) – Que (Otro fajazo) – No (Otro fajazo) – has (otro más) – he (y uno más) – cho (Y otro) – la (siguen lloviendo) – Ta (ya wey) – re (ya casi) – a (al fin). Y si lloraba, me caía de nuevo: De (fajazo) – Que – (Fajazo) – llo (otro) – ras (y otro más) – ca (y sigue) – bron (el último). Tenías que guardarte el llanto para llorar en posición fetal a la hora de dormir. 

Imagínense cuantos fajazos me cayeron, la vez que mi abuela le dijo que habían llegado a poner quejas porque andaba tirando piedras en la casa de los vecinos. Fue algo así: ¿Por qué andas tirando piedras en la casa de los vecinos? La división fonológica para saber la cantidad de fajazos, se la dejo a ustedes. 

Había veces que sentía que era muy dura conmigo, y no entendía por qué. Al punto de decirle a mi abuela, que sentía que, mi mamá no me quería. Lo que causaba mucha preocupación en ella y le terminaba comentando a mi mamá. Seguido, mi mamá tenía una conversación conmigo para preguntarme la razón de mi sentir, a lo que yo le contestaba: 

– Usted me pega mucho. 

– Te pego por malcriado – me decía. 

En el fondo, sabía que yo la cagaba, pero también muchas ocasiones sentía que ella era muy dura. Una vez, lavando platos — era la primera vez que me obligaban a hacerlo, ya que, siempre nos acostumbramos a tener una asistente del hogar, cuando nos quedamos sin una, nos obligaban a mi hermano y a mí a ayudar. — se puso a mi lado con una faja porque yo estaba molesto lavando, agarraba lo que sea, primero una olla grasosa, luego lavaba un vaso. No sabía cómo se hacía, y no me importaba si había un orden, solo quería terminar. Ella, al ver mi desorden, me comienza a pegar diciéndome: “Así no es cabron”. Lo que desató mi llanto, provocando otra serie de fajazos a la sintonía de: “¿De qué lloras maricon?”. 

 

La señal más trascendente

 Mi mamá fue criada bajo la religión católica, mi abuela era muy católica. Una de sus herencias en esta religión, es la celebración del 7 de diciembre a la Purísima Concepción, donde ella muy devotamente participaba en la Purísima de nuestros familiares, en frente de la casa, repartiendo todos los años. 

Sin embargo, mi mamá se había alejado un poco de la iglesia, luego de que, el padre de la parroquia, la llamara “Pollo Tip – Top” delante de toda la misa, y se haya negado a darle la comunión por su forma de vestir. En ese entonces, ella se encontraba embarazada de mi hermano menor, por lo que opto por vestirse cómoda, con una licra negra, para asistir a misa, lo que no fue del agrado del padre. 

Pasaron unos años, y empecé a asistir todos los martes a una prédica de niños en una iglesia cristiana. Todos mis amigos de la cuadra iban, y yo también quería ir. Me acerqué a pedirle permiso a mi mamá, me preguntó que ¿a qué iba?, yo, muy seriamente, le conteste: “A alabar a Dios”. Me otorgó el permiso la primera vez. No obstante, tenía que decirle todos los martes. 

A la tercera vez que le pedí el permiso, me cuestionó, y me dijo: “¿Cambiaste de religión o qué?”. Que no podía ser católico e ir a una iglesia evangélica. Solo agaché la cabeza y no dije nada, me dio el permiso nuevamente, pero me dejó la tarea de decidir. A mi abuela no le gustaba que fuera porque: “Te vas a confundir” me decía. Se considera muy difícil hablarle a un niño sobre las religiones, es más fácil heredarles lo que ya está impuesto en el hogar. 

Realmente, yo no iba por fe o por “Alabar a Dios”, asistía todos los martes porque siempre nos regalaban algo, comida, sobre todo. No es que me hiciera falta en mi casa, es que a un niño lo haces feliz con un caramelo si quieres su atención. 

Al pasar del tiempo, mi mamá inicio a asistir a esa misma iglesia, y hasta asistió a un retiro espiritual. Mi abuelo, era evangélico, y asistía a esa misma iglesia. El día que mi mamá volvió del retiro, me avisó, y ambos fuimos a traerla. 

Cuando mi mamá salió de la iglesia, y me vio afuera, corrió a abrazarme y empezó a llorar. Me decía que la perdonara. En el retiro, le hicieron imaginar a alguien que consideraban, merecían pedirles perdón por cualquier motivo. Ella pensó en mí. Me pidió perdón, porque sintió que estaba siendo muy dura conmigo. Ese día, jamás lo olvidaré, porque fue un motivo más para afirmar que el amor va más allá de todo. 

Pasaron muchos años, yo nunca he sido muy fanático de las iglesias. Reconozco que hay una fuerza superior entre nosotros, pero tengo temas personales con cada una de las religiones, que prefiero mantener en privado mi relación con Dios. Él y yo, nadie más. 

Sin embargo, las veces que me ha tocado llenar mi espiritualidad y agradecer de alguna forma las cosas buenas que me pasan, asistía a esta misma iglesia cristiana. En comparación a otras iglesias, con esta, sentía un aura especial que me daba paz y me agradaba esa sensación. También, por el hecho de que no son evangélicos fanáticos, como los que salen en algunos videos haciendo milagros en tiempo real para bajar de peso. 

Mi mamá asistió por muchos años a esta iglesia. Hace alrededor de dos años, dejó de asistir, lo que llamó mi atención, porque hasta mi padre había empezado a ir con ella. 

Le pregunté los motivos de su repentina decisión, a lo que ella me contestó: “Es que me siento mal e hipócrita estar asistiendo y yo he estado saliendo y tomando mucho”. 

Su respuesta me extrañó, pues, sentía que había algo más a fondo que no me quería decir. 

Hasta que un día, me enteré de la verdadera razón. Mi mamá, había dejado de asistir a la iglesia, porque un día, el pastor exclamó: “Debemos de cuidar a nuestros hijos de los homosexuales, recordemos que ellos no heredan el reino de los cielos”. Inmediatamente, ella se levantó, y salió de la iglesia; creía que no era justo para mí estar condenado. 

Cuando me di cuenta de sus verdaderos motivos, terminé conmovido. No podía creer lo que mi mamá había hecho. Abandonar su espiritualidad porque, su amor por mí, trasciende cualquier cosa. Desafiar a Dios, según el hombre; porque considera injusto las manifestaciones que el mismo hombre hace aquí en la tierra; porque considera, que el hombre no tiene la autoridad para juzgar quien entra al reino de los cielos y quién no; Porque me ama tanto, que prefirió quebrantar su relación con la iglesia y apoyarme a mí.  Esta es una verdadera manifestación de amor, si por algo el amor convencional, puede ser superado, es por el amor de madre. La señal más trascendente que demuestra, que el amor de una madre no tiene límites, y posa más allá de la espiritualidad del ser. 

 

Más allá de todo

Admiro a mi madre, como a ninguna otra mujer. Ha sido una mujer valiente y resiliente. No tengo mejor ejemplo de resiliencia que ella. Nuestra familia ha pasado por muchas cosas, que llegó un momento, que todos estábamos cansados. Todo se juntó con la muerte de mis abuelos con 10 meses de diferencia. El mismo año que murió mi abuela, 2 meses después a mi hermano menor le diagnosticaron cáncer.  Durante su segunda cirugía, a vísperas de navidad, mi papá enfermó, y el diagnóstico, también resultó ser cáncer. Teníamos a mi hermano en un hospital y a mi papá en otro. Esa navidad es otra de las cosas que jamás olvidaré. Fue una navidad agridulce. La segunda navidad sin mis abuelos, y todavía mi padre y hermano en el hospital. 

Intenté que mi mamá se distrajera un rato, compré sangría para los dos y ella cocinó pollo. Pasamos esa navidad solos, en el patio de la casa, sin vestirnos, y divagando. En ese momento, aún no sabíamos el diagnóstico de mi padre, pero ya nos imaginabamos lo peor. Era resignarse a pasar otro año batallando con la enfermedad maldita, y sentir que nunca saliamos de un ciclo de mala racha. 

Por esta etapa, mi hermano y yo ahora hacemos chistes de nuestras vidas. Ahora vemos cada experiencia como una prueba más. Pero la que se lleva todos los halagos, es mi mamá.

Ni siquiera tuvo el tiempo de poder pasar el luto de mi abuela, cuando todo esto se vino encima. Y cada vez que cuento a alguien esa etapa, realmente se sorprenden. No sabemos de donde mi mamá agarraba tantas fuerza para luchar día a día con todo. 

Y lo que menciono aquí, es quizás la mitad de lo que estaba ocurriendo. Me tengo que abstener a mencionar el resto. Estos fueron años, donde mi mamá paso meses sin maquillarse o arreglarse. Se le notaba cansada, y triste. 

La única explicación lógica que le encuentro a esto es, el amor por los suyos. Es lo único que hace poner en marcha el motor del cuerpo cuando ya no puedes más. El amor ha sido su motivación para que todos estemos bien, y unidos.  Solo el amor que nos tiene, ha hecho que nos proteja como una leona – como mi padre le dice que se pone cuando le tocan a sus hijos—. 

Mamá, quería dedicarte este texto para agradecerte por todo lo que has hecho por nosotros, por tu amor incondicional, por apoyarme en todo lo que quiero para mí, por sacar las fuerzas para seguir adelante y mantenernos unidos, incluso cuando todo parece insuperable, y sobre todo, por tu amor infinito que trasciende universos. 

Tu amor trasciende la atmósfera de esta tierra y traspasa la luna, rodea Júpiter; y sigue su camino, formando los anillos de Saturno, y avanza superando a Neptuno; continuando su viaje más allá del infinito. Tu amor trasciende el espacio y el tiempo. No tiene medidas. No tiene límites. 

Me abstuve de crear una lista de agradecimiento, porque sería una lista infinita. Quería enfocarme en describir tu amor y en decirte lo mucho que te amo. Si hay algo más que el amor, es el amor de madre. No se puede comparar con el amor convencional. No hay nada que lo limite para que estalle en los sin fines del universo y resuene en cualquier rincón de la galaxia.

Donde sea que me encuentre, llevaré ese amor conmigo, el más puro y más grande. Lo que usted significa en mi vida no lo puedo definir; es el más grande y buen amor; el refugio permanente; el regazo atento para brindar protección; el abrazo perpetuo; el beso más cálido; las palabras honestas; el apoyo incesante; la mujer de hierro; la leona al acecho. Este es nada más un intento de definición. 

Mamá, te amo. Que tu amor siga trascendiendo el infinito. 

Gracias por ser la leona que necesito en mi vida. 

Gracias por tu protección. 

Gracias por ser mi madre. 

Te amo. 

 

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