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Gustavo Cerati, en una entrevista concedida, se refirió a la ansiedad de sobre pensar nuestro pasado y futuro, como: Mente ansiosa occidental. El término llamó mi atención. ¿Cuántos de nosotros pensamos en el aquí y el ahora? Pasamos la mayor parte del tiempo resolviendo el futuro por cosas que, quizá, no ocurrirán e intentamos desmarañar el pasado con la tortura del “hubiese”, sin aceptarlo y aprender de él. El mundo va tan rápido que apenas nos sujetamos para avanzar; nos sentimos sobrepasados ante los constantes cambios.
Entramos a redes sociales y lo primero que observamos en la pantalla es gente divirtiéndose; viajando alrededor del mundo; conciertos en el extranjero; fiestas en yate; Cenas en los mejores restaurantes; cuerpos envidiables con músculos en los músculos. Ahora, llego el momento de sentirse un fracaso, y que nuestra mente ansiosa occidental nos empiece a cuestionar: ¿Qué hice mal? ¿Por qué no tengo esa vida? Soy un fracaso.
Nuestra sociedad, en términos de una vida exitosa, ha sufrido una occidentalización. Desde que nacemos, nos suscriben a una vida de manual con la idea de cumplir cada uno de los elementos en la lista para ser exitoso. El ciclo de la vida occidental se deriva en: nacer, estudiar, graduarse, tener un título, obtener un carro, una casa, casarse, tener hijos, tener dinero, trabajar hasta jubilarte, vivir de la pensión, morir.
Adoptamos costumbres, estilo de vida, vestimenta, idiomas, gastronomía, valores, perspectivas, normas, tradiciones y políticas que contribuyen a una aculturación.
Nos enfocamos tanto en conseguir cada cosa, que perdemos de vista lo esencial, vivir. Sin embargo, cuando logramos completar la lista, al menos de las cosas consideradas esenciales, como una casa, carro, y un título, seguimos con la sensación de vacío e inconformidad de querer más, y no saber qué. Porque estamos perdiendo de vista lo esencial, vivir.
El sistema de la oferta y demanda
Al terminar mi secundaria, ya sabía que el siguiente paso sería la universidad. El escepticismo y la incertidumbre me tomo rehén por mucho tiempo; no sabía qué estudiar porque nada me convivencia. Estaba claro de una sola cosa, y era que, no quería estudiar nada que llevara matemáticas; esa materia y yo, nunca nos llevamos bien. Era lo más contraproducente, inscribirme a una carrera con fundamentos matemáticos, para seguir con la tortura que acababa de ponerle fin. Era masoquismo.
El sistema educativo no ofrece una variedad de carreras en humanidades o arte. Me atreveré a decir que por la demanda, ya que, muchos son víctimas de la duda existencial que embargan estas carreras con el clásico comentario: “Te vas a morir de hambre”. Vaya forma de frustrar a los jóvenes. Incluso yo, con la carrera que elegí, fui víctima de esos comentarios. Si Nicaragua fuera el país de las oportunidades, me dedicaría al cine, sin pensarlo, ante mi auténtica afinidad al arte y a las humanidades. El cine es una expresión artística multidimensional, y multidisciplinaria en su creación, que permite contar infinidad de historias evocando un cúmulo de emociones en los espectadores. Valientes son los que se atreven desde un inicio a dedicarse al arte, porque supieron amordazar su mente ansiosa occidental en búsqueda de lo esencial, vivir.
En el caso contrario, la elección de una carrera es frustrante en vez de gratificante; el sistema no brinda una guía vocacional que facilite conocer tus aptitudes. El sistema educativo está hecho por la ley de oferta y demanda.
Opté por estudiar Relaciones internacionales y comercio internacional (RICI), no con el afán de ser embajador de la república, sino que la carrera me ofrecía la variante del comercio internacional sin estar enfocada en la diplomacia; que terminé aborreciendo. Además de lo obvio, no llevaba matemáticas como base de toda la carrera, aunque sí llegue a recibir finanzas, contabilidad y economía, de manera básica y agradable para alguien sin placer por los números. Era estudiar RICI, o desviarme por las otras carreras demandadas que estudian todos los que no saben qué estudiar: Turismo, Derecho, Marketing o rifarse a administración de empresas.
Al final, termine apreciando mi carrera. Encontré muchas materias que desconocía, interesantes. Me abrió la mente al mundo moderno. Me di cuenta de muchas cosas que ignoraba y no comprendía. Y si algún día me tocara ejercerla, lo haría con mucha ilusión. De un estimado de 60 personas que conformamos el primer año, alrededor de 20 terminamos graduándonos en tiempo y forma. Muchos se salieron porque no les gusto, otros seguían en primer año.
Cada año, se inscribían más y más personas a la misma carrera, cuando el mercado laboral no tiene capacidad para todos. El sistema lo sabe, la universidad lo sabe y los estudiantes lo sabemos. Por una ley básica de oferta y demanda, es que nadie puede parar la cantidad de personas que se inscriben anualmente a carreras, que el país no puede ubicar en el mercado laboral.
Bayardo Arce, en la charla inaugural de la Universidad Católica (UNICA) en 2013, en nuestras caras nos dijo que: “Los alumnos graduados de relaciones internacionales terminan con un medio inglés en un call center”. Además de referirse a la carrera de turismo: “Salen tantos graduados de turismo anualmente, que solo que, les demos un cuarto de hotel para administrar a cada uno, podremos superar la demanda”.
Bayardo es un visionario, termine en un call center con mi medio inglés, y mi título guardado en el ropero de mi cuarto. No ejerzo, ni está colgado; si llego a ejercer, lo colgaré. Un título sí es necesario, solo por requerimiento obligatorio del mercado laboral, para puestos importantes.
¿Y ahora qué?
Al terminar mi carrera inicio la disyuntiva de estudiar un Posgrado. La idea se vio frustrada por un profesor de la carrera, quien me dijo que, si no tenía experiencia en el área, que mejor no estudiara un posgrado aún porque sin experiencia el posgrado es casi inválido. Seguí su consejo. Valioso consejo que me ahorró $1500 dólares.
Continúe insatisfecho de solo tener mi título y seguir trabajando en un call center. Pasaron dos años de mi salida en la universidad, el primero fue un año sin estudios; me lo merecía. El segundo, medite lo que quería hacer, y sí, tenía unas ganas inmensas de estudiar. La idea de estudiar otra licenciatura no me gustaba, porque no quería pasar otros 4 años con el estrés de trabajar y estudiar. Además, el país estaba sumido en la crisis social del 2018 y el Covid se asomaba sigiloso a hundirnos más.
En medio de estos años, en el 2019. Me entro un afán enorme de vender camisetas de películas populares. Yo tenía los diseños, el nombre de la página, tomé como 10 cursos de emprendimiento gratuito en línea, hice mi presupuesto, y todo quedó en la idea. Me sentí incapaz de hacerlo. Me desmotivé.
A raíz de la desmotivación, nació la idea de estudiar Marketing y publicidad. Mi mente ansiosa occidental me figuraba como Darren Draper, el Mad Men de Nicaragua. Me apasionaba mucho el tema de la publicidad – Y todavía aún —, eso significaba mi primer contacto con herramientas para el desarrollo de historias, dirección, diseño, etc. Me he considerado con una mente creativa; me cautiva el poderío visual de muchas producciones cinematográficas, los spots publicitarios, las portadas de revistas, la creación de marcas, etc. Es un mundo fascinante.
Inicie la carrera con altas expectativas en 2021, la cual abandoné a los 2 cuatrimestres. La carrera la pagaba yo; me volví muy exigente sobre el tipo de clases que recibía. La universidad tenía una gestión administrativa desastrosa, los profesores cancelaban las clases a su antojo, algunas clases eran ver videos en YouTube, y la gota que derramó el vaso, un profesor contándonos que se encontró con una mujer deficiente en aduana, y que era tan estúpida, que le dio ganas de “terminarle en la boca”, él trabajaba en la aduana. — Vean, no es que yo no use o me abstenga de escuchar ese tipo de comentarios, pero escuchar eso en una universidad, de un “catedrático”, no es el tiempo, ni el lugar—. Hui, abandone la universidad. No volví a buscar otra universidad para inscribirme y continuar.
Esta retrospectiva la hago, porque con el tiempo, me di cuenta de que, lo que trataba de hacer, era una forma de buscar el éxito o camuflar el fracaso. Esa carrera solo me iba a tomar 3 años terminarla por convalidación de clases, este sería mi último año. Estoy seguro de que, de haberla terminado, seguiría sintiendo el mismo vacío e inconformidad que cuando entre. Porque para mi mente ansiosa occidental, un título no es suficiente, es igual un fracaso. Las crisis actuales no son materiales; son existenciales, son espirituales – Menciona Mark Manson en su libro “El sutil arte de que te importe una mierda” –. La traducción oficial es “carajo” pero la palabra “mierda” se me hace más profunda y sentida al decirla.
Esta crisis existencial está enfrascada en reforzar la idea de que fracasar, es malo. Nos cuesta aceptar el fracaso como una derrota inminente. Por lo tanto, vivimos sobre pensando nuestras decisiones con el “hubiese”: “hubiese estudiado otra cosa mejor.” O sobre pensando la solución que me hará ser exitoso y salir del fracaso. La solución es más pragmática de lo que parece, aceptar el fracaso y enfocarse en lo esencial, vivir.
Lo esencial es invisible a los ojos
La vida no es una lista de tareas con orden de cumplimiento. Si al resto le funciona, no tiene por qué funcionarte a vos. Si obtuviste un carro, antes que tu carrera, felicidades. Si obtuviste una casa, antes que tener hijos, felicidades. El ritmo de vida solo está determinado por valores y aspiraciones personales. El intentar igualar el ritmo de alguien más, es ya un fracaso, por no enfocarte en vos.
Me pasó a mí. La vida, pasaba sobre mí, y no yo sobre la vida. Mi mente ansiosa occidental no me dejaba ver lo esencial, vivir. Todo esto se combinaba con lo que he hablado en artículos anteriores sobre mi depresión. Digamos que, este artículo viene a fungir como una continuación.
Mentiría si digo que ya supere mi crisis existencial, aún desconozco mi verdadero propósito en la tierra, pero me siento cada vez más cerca de encontrarlo. Ahora, construí más conciencia para evitar una decisión apresurada que no me dejara ver lo esencial de la vida, por querer seguir el ritmo del mundo. Deje de vagar errante enfocando mi mente en el aquí y el ahora; me falta masterizar esta práctica, pero poco a poco voy comprendiendo su esencia.
Lo primero, ha sido establecer mi manera de medir el éxito: Deje atrás la búsqueda de éxitos materiales. Si bien, para mí, el dinero, si es importante, no lo constituyo como un parámetro en mi vida. No quiero cegarme en el juego de los estatutos sociales, donde el que tiene más es mejor. Es más fácil para mí medir la calidad de las personas y los valores que poseen cada uno. Restemos materialismo a la vida, y sumemos humanismo. Valoremos más la ética y la honestidad, que una casa de lujo.
No me malinterpreten, tampoco es que vamos a vivir como hippies en un carro. Si no, que perseguir un éxito material puede no ser saludable y dañar la manera como percibes a los demás. “Conseguir un carro, una casa o un título, puede ser excelente para un beneficio a corto plazo o mediano plazo, pero no como guía de tu trayectoria de vida.” — Mark Manson.
Lo segundo, acepté mi pasado. Me martirizaba mucho por ciertos episodios en donde quise actuar diferente o que las circunstancias fueran distintas, pensarlo no sirve nada, solo amarga tu presente, y retrasa tu futuro. Nada de eso puede cambiar. Sé que no es fácil, me tocó asistir a terapia, pero no es imposible.
En un periodo donde mi mente llena de memorias en ruinas, tratando de reconstruirse, me dominaba, la música se convirtió en un abrazo afable, con acordes sublimes y melodías irrepetibles, que amaestraban a mi estoico hemisferio occidental. Cerati, siempre Cerati. Tome la decisión de tatuarme una de sus frases que adjudicaba ese momento: “Siempre es hoy”, de su canción Cosas imposibles, mi primer tatuaje. No lograba controlar mi mente divagando en el pasado; me realicé el tatuaje en la inestabilidad mental y emocional que me encontraba, confiando en que la tinta liberara pigmentos de fortaleza y resilencia en mi dermis. Esa frase se ha vuelto especial, porque, aparte de pertenecer al maestro del Rock hispanoamericano y mi artista favorito de todos los tiempos, me recuerda a esa etapa, cuando sentía que mis pensamientos me absorbían al bullicio de mi mente; me recuerda a estar siempre presente en el hoy.
Y tercero, no sobre pensar mi futuro. Viktor E. Frankl menciona en su libro El hombre en busca de sentido, una frase que recuerdo haber leído hace años, alguna vez husmeando páginas la leí sin saber de la existencia del libro: “La vida es como visitar al dentista. Se piensa siempre que lo peor está por venir, cuando en realidad ya ha pasado” Por casualidad, di con su libro, mientras esa frase hacía eco en mi cabeza. Al releerla, dije: “Así es sobre pensar el futuro.” La frase, en sí, corresponde a Otto von Bismarck, conocido como el fundador de la Alemania moderna.
La mente ansiosa occidental sobre-analiza el futuro recreando escenarios que, seguramente, no sucederán. Dado este hecho, es que muchas veces no nos atrevemos a abandonar la carrera que no nos gusta, no renunciamos al trabajo que odiamos, no terminamos esa relación que no nos hace feliz. Ver tu vida, autodestruirse en tu mente, provoca retracción en el presente. Pero, ¿Cuánto estás dispuesto a soportar?
Una amiga, en su búsqueda de una carrera, que suplantara su amor por las artes plásticas – oferta inexistente en Nicaragua —, inicio la carrera de medicina precedida por la presión de su padre, quien es médico, y quien le financiaba la carrera y los equipos médicos. La carrera la sobrepaso, no era para ella y decidió renunciar. Su padre, al inicio en desacuerdo con la decisión, entendió que era mejor que cambiara de carrera, porque, sin pasión y convicción, la medicina no se puede ejercer. Además, que sale más barato pagar otra carrera que una demanda por negligencia médica. Cuando nos contó de su paso por la medicina, todos en el grupo dijimos que estaba pasada de verga, pues nadie en su sano juicio entraría a estudiar medicina cuando no se sabe qué estudiar. No quiero ni imaginar que hubiese sido de ella si continuaba la carrera. Logro vencer el miedo de empezar de nuevo, de cambiar de rumbos, de enfrentar a su padre y su familia, supero a su voz occidental.
Tenemos miedo al fracaso, al dolor y a las malas experiencias. Mientras no aceptemos o no estemos listos para afrontar el fracaso, no estaremos listos para vivir y disfrutar del éxito. No aceptar el fracaso es ignorar nuestra humanidad, es no aceptar que nos equivocamos y creer que lo merecemos todo. El ego puede resultar nuestro peor enemigo.
En esta ola de personas que han abandonado el país, hay un sector que no está conforme con lo que encontró más allá del triángulo de nuestras fronteras, y les da pena volver por enfrentarse al que dirán. La mente ansiosa occidental no permite que regresen porque el fracaso no está permitido en occidente. Todos pueden triunfar y encontrar la oportunidad de sus vidas para hacer mucho dinero y volver a la miseria tercermundista con dólares en la bolsa, para gastarlos en una mesa con 25 personas, entre amigos y familia, en un restaurante que, en la puta vida hubieran podido ir, con el salario de $200 dólares mensuales que tenian antes de emigrar.
La idea de volver los aterra porque sienten el fracaso encima, como si la vida no se trata de eso. Es simplemente darse cuenta y caer en conciencia que no funciono y ya, no hay más. No salió como esperaba, y ya. Sin vueltas al asunto. La vida está plagada de éxitos y fracasos. De invierno y verano. De otoño y primavera. Como respondemos a cada etapa es lo que hace la diferencia.
Poco a poco, he ido logrando controlar la ansiedad de mi pasado y el futuro, de la resonancia causada por mi mente ansiosa occidental. Lo esencial es invisible a los ojos, dice Antoine de Saint-Exupéry en El principito. Y sí, es invisible la percepción de los valores humanos. Para el ojo es más fácil desear lo material. Apreciar la sencillez de la vida es lo que debemos desarrollar como: ir al cine, leer un libro, escuchar música, disfrutar de tus amigos, vivir el aquí y el ahora, beber una buena cerveza, o una buena taza de café, disfrutar de la comida de mamá, o ver los partidos de fútbol con papá. Suena aburrido, pero quizá, estas cosas ordinarias, son ordinarias, porque son lo que verdaderamente importa – Cita Mark Manson en El sutil arte de que te importe una mierda. Quizá, vivir de lo esencial sea la manera de callar nuestra mente ansiosa occidental.