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El 6 de junio del 2023, logre algo que jamás hubiera imaginado. Revele ante mi red de amigos en redes sociales, mi orientación sexual. Luego de años de auto – cuestionamiento, críticas, habladurías, temor al rechazo, ansiedad y depresión. Hoy, a 23 días de haberlo hecho, sigo sin poder gestionar lo que logre. No me lo creo.
Recibí innumerables mensajes y comentarios de apoyo, calificando mi decisión de valiente, admirable, inspiradora, conmovedora, impactante, y mucho orgullo. Agradecí de todo corazón cada uno de ellos, pero fue inevitable hacer una reflexión al respecto: Es lamentable que califiquemos de admirable y valiente a alguien que por presión social ha decidido publicar su orientación sexual. Entiendo que cada uno de los comentarios fueron de buena fe, ante la normativa presentada en la sociedad. No obstante, no deja de sorprender hasta donde hemos llevado un asunto prescindible.
Todo esto, me hizo tener una retrospectiva de mi vida y lo fácil que hubiese sido para mí desarrollarme en una sociedad libre de machismo, prejuicios, homofobia, sexista, odio e irracionalismo. Ya que, siempre actúe con miedo.
Quizás y hubiese
Quizás en mis tiempos escolares, me hubiese dedicado al Voleibol, pero no, era el deporte de las niñas, y si un hombre lo practicaba te tachaban de gay. Los niños teníamos que aprender del basquetbol, el cual nunca me gusto por diversos motivos. Mis deportes eran el futbol, donde me creía Xabi Alonso, pero era pésimo jugando, y voleibol, que es el que se me daba mejor. Un 6 de 10 digamos. En el colegio, no se practicaba futbol, solo en las ligas organizadas por los mismos estudiantes que se jugaba durante el recreo. Llegue a inscribirme en mi último año de secundaria y a jugar como 3 partidos para completar el equipo.
También, quizás me hubiese gustado formar parte de la banda de guerra del colegio, mi instrumento favorito era la lira. Pero no era visto como un instrumento demasiado masculino. Me venció el miedo.
Recuerdo, cuando las bandas de guerras de varios colegios o comparsas ensayaban en el parque, el susto que se llevó la gente al ver a unos hombres (homosexuales) formar parte de la gimnasia rítmica. Admito que en mi ignorancia me llegue a burlar de ellos más de una vez. Pero hoy admito que fueron y son personas valientes que, sin importar todas las barrabasadas que les gritaban, continuaban su baile con orgullo, con la frente en alto, y una sonrisa que esbozaba felicidad con aquellos movimientos coordinados a la perfección. Es un deleite presenciar un baile sincronizado. Al final, eso era todo, solo estaban bailando. Y los ofendían. Así de absurdos nos comportamos.
Y este capítulo de la banda de guerra o comparsas, me hizo recordar otro caso que sucedió en mi colegio. Un joven que, a muy temprana edad, diría que unos 13 o 14 años, había definido su orientación sexual. Según recuerdo, acudió a dirección a solicitar un permiso para formar parte de la gimnasia rítmica, lo cual, la dirección contesto con rotundo NO porque iba en contra de su reglamento y las leyes de la iglesia católica. A veces la espiritualidad, la religión, en este caso, ciega los derechos comunes que como humanos gozamos al nacer, bailar, por ejemplo.
Irónicamente, este mismo joven cambió de colegio al año siguiente. Se fue a un colegio público que le permitió formar parte de la gimnasia. Tanto que nos burlamos de la educación pública, pero al parecer muestran más aceptación y tolerancia entre sus dirigentes por ser institutos laicos. ¿Será que los colegios religiosos en Nicaragua, que son muchos y privados en su mayoría, nos han retrasado como sociedad? Es un caso de estudio. Pero puedo afirmar que, una clase de educación sexual sería más provechosa en nuestra sociedad que recibir religión. Al final, de mi colegio resultaron más embarazos a temprana edad y enfermedades de transmisión sexual que personas creyentes o devotas llenas de fe.
Quizás hubiese entrado al grupo de teatro de la universidad. Pero me gano el estigma colectivo que se manejaba en aquel entonces “Puros cochones hay ahí”.
Lo mismo me paso cuando me di cuenta de las convocatorias de becas en el Teatro Justo Rufino Garay (Teatro del que hoy formo parte) me gano el miedo. No quería que sospecharan de mí. Porque alguien que guste del arte en todas sus formas conoce la sensibilidad humana. En este mundo es prohibido ser sensible. Desde niños no se nos permite llorar “Los hombres no lloran”. Entonces, quien acude al arte a expresarse, quien muestra su sensibilidad ante el mundo, y quien aflora sus sentimientos, es visto como débil. Y ser débil en este mundo, es sinónimo de ser gay.
Quizás me hubiese permitido escuchar más música de artistas de pop femeninas en el iPod nano que me regalo mi mama, pero no, el tipo de música que escuchabas te definía. Y peor, si estas canciones eran de Lady Gaga, Katy Perry, Beyoncé. En realidad, para ese entonces no me gustaba mucho la música en inglés. Pero recuerdo que cualquier hombre que escuchara la icónica canción de Bad Romance, ya era motivo de burlas porque no cabía entre las normas heterosexuales. Hubo un momento, en el que yo evitaba guardar en mis reproductores cualquier música de cantantes femeninas para que no me molestaran con el asunto.
Quizás hubiese vivido con menos cuestionamiento estos años. Siempre fue incómodo ver como mi círculo iba creando relaciones amorosas y yo quedaba detrás. La gente ya comenzaba a opinar. Menos mal “No se me notaba”. Siempre generé dudas. ¿Es o no es?
Y es que a mi edad, ya era raro que no tuviera en mi repertorio sexual al menos 10 chavalas de las cuales hablar con tus amigos. Las conversaciones de sexo eran un martirio. De mi parte era un silencio total y me limitaba a escuchar y observar a mis amigos perder su caballerosidad, contando a detalle sus experiencias con cada chavala. Entre hombres esto es una plática normal, y entre mujeres es igual. Lo difícil es, cuando no tienes nada que contar. Y si hay algo, pues tampoco puedes expresarlo. En esta situación, he experimentado de los silencios más incómodos, porque es un silencio delatador.
Quizás no hubiese sido parte de las burlas y ofensas que verbalizas con tus amigos cuando estás ofendiendo a las personas homosexuales o mujeres al pasar por la calle o en el parque. Si no eras como ellos, eras el raro del grupo. Había momentos que la compasión me ganaba y trababa de calmar a algunos que ofendían de manera cruel. Tratar de hacerlos entrar en razón, y querer que tuvieran un poquito de empatía, era suficiente para ser motivo de las mismas burlas. Por eso, a veces el cruel era yo.
Son algunos de los ejemplos que mis inseguridades y miedos me impedían ser o hacer algo. O todo lo contrario, me forzaba a ser o hacer algo. Sin embargo, como lo he mencionado antes, gracias a la vida no he sufrido un ataque homofóbico significativo, sin embargo, los he presenciado y alguna vez fui parte de ellos.
No vivo mi vida, sino la que otros quieren que viva.
Crecí en un barrio rodeado de todo tipo de personas. Entre ellos mis amigos de infancia y adolescencia, con quienes me llevaba bien. Teníamos intereses comunes desde el futbol, anime, películas, pasatiempos, etc. Por lo cual, me fue fácil convivir con ellos en la jodedera y no era un tema al cual le tomáramos mucho interés, más que algunas veces que caíamos en la trampa de la homofobia y el machismo, postura que con el paso del tiempo fue cambiando. No obstante, todo era diferente cuando alguien desconocido se integraba o me tocaba convivir con otros círculos sociales que no eran de los míos, ahí, permanencia en silencio, y el simple hecho de no decir nada ya era un motivo de sospecha.
He conocido casos extremos en donde no eres aceptado en casa, ni en la calle, ni en ningún lado. Casos desgarradores que con el permiso de los involucrados iré publicando anónimamente en este blog como una manera de concientizar.
Es por esto que recalco, que mi lucha fue interna por los factores externos que observaba, escuchaba, presenciaba. No me quería, me odiaba, no quería vivir, pensé en el suicidio; sin embargo, nunca atente contra mi vida ni llegue a lastimarme. Caí en depresión, la cual, probablemente, la he tenido toda mi vida consciente. En este momento, me encuentro asistiendo a terapias que me han ayudado e impulsado a ser quien soy ahora y tomando medicamentos para combatir la depresión, que es una hija de puta mal parida. (Tema que le dedicaré un espacio único en los próximos artículos).
Esto ha sido un poco de mis demonios internos que no me dejaban vivir. Lo resumo en una falta de aceptación que desencadeno miedos, traumas y un modo de vivir neutral, o mejor dicho: no vivo mi vida, sino la que otros quieren que viva. Lo que ha significado años perdidos que no volverán. Pero años de mucho aprendizaje que han forjado al ser humano que soy ahora y que continúa mejorando, una lección de vida importante que tatué en mi piel con la fecha de mi publicación, como un recordatorio infinito que fueron años que perdí, aprendí y que jamás volverán.