“Yo nunca salí del closet, me sacaron. Fui obligada de la forma más cruel.”
Lo supe desde siempre, a mis 6 años de edad. Desde que Kathya llegaba a la casa con su mamá; que trabajaba de doméstica en mi casa. Ver a Kathya llegar era una grata sorpresa que me despertaba emociones que no lograba explicar; incluso inexplicable cuando ella prefería jugar muñecas y yo baseball.
Desde mi más profunda inocencia, le decía a mi mamá que Kathya me gustaba y que quería que fuera mi novia. Ella solo reía. Como quisiera que esa risa genuina le hubiera durado para siempre, pero las risas se volvieron plegarias al cielo.
Kathya fue el despertar de lo que siempre supe a muy temprana edad. Fue la primera en causarme interrogantes con mi identidad durante mi infancia. Su pura presencia bastaba para llenarme de las más dulces e inocentes emociones. Una infancia que viví en la sobre protección de mi mamá. Mi mamá había tenido una niñez muy difícil, y como toda madre, ella quería evitar que esas mismas cosas me pasaran a mí. Era tanta su protección, que a los dieciséis años me perdí en el camino a casa caminando desde el parque central, un punto de referencia común.
Las inseguridades de mi madre crecieron el día que mi padre nos abandonó. Me toco a mí cuidar de ella en su duelo. El abandono de mi papá fue una tragedia en la vida de mi mamá, quien se hundió en depresión, junto con mi hermano mayor. Realmente no hubo tiempo para hablar de mis emociones, mis deseos y mis interrogantes, cuando el tiempo era empleado para sanar.
Fui resolviendo yo sola cada una de las interrogantes de la forma en que podía. A los 13 años, en secundaria, me enamoré de mi mejor amiga. Por ella, me nacían cosas que no lograba explicar o entender. No era normal que me provocara celos verla besándose con su novio; o desear ser él en ese momento. La rabia se apoderaba de cada centímetro de mi cuerpo, al ver que yo no podía hacer lo mismo con ella.
Lo que me pasaba debía tener una repuesta, pero no tenía con quién hablarlo. En ese entonces las redes sociales eran Yahoo y Messenger, alquile tiempo en un cyber café, y decidí entrar a uno de los famosos foros de Yahoo respuestas, donde circulaban cuestionarios de orientación sexual. A mis 13 años confié en definir y descubrir mi identidad y mi orientación sexual en unas preguntas de internet. El resultado me arrojo que era bisexual.
Por mucho tiempo creí tener una orientación bisexual. Era lo más lógico para mí al ser mujer. Creí que podían gustarme las mujeres, pero que eventualmente terminaría casada con un hombre, como era la ley natural de la vida, hombre y mujer. Quise respetar esa ley de vida e inicié una relación con un chavalo de mi edad en mi adolescencia, hasta que llego el momento de la verdad, y aun con ropa, sentir su pene erecto, rozándome las piernas, me provoco repugnancia. No quería forzarme a tener sexo para descartar mi heterosexualidad. Esa misma noche rompí mi relación con él. Nunca más volví a intentar con un hombre. Me valió una experiencia incompleta para terminar de disipar la duda que yo misma había creado por temor a estar enfrentando mi verdadera identidad. Mi identidad siempre fue y ha sido que soy lesbiana.
Al reconocerlo, atravesé un proceso de soltar miedos e inseguridades. Desde mi vestimenta, hasta mi forma de hablar y comunicarme. Camuflar con palabras del género masculino mis relaciones amorosas; nunca me sentí lista para decir abiertamente tengo “Novia”, para el mundo exterior siempre fue “Novio”. Aunque en mi interior quería gritar lo que era, no podía, el pecho se me comprimía y el temor de ser juzgada por amar libremente se imponía.
Poco a poco, fui soltando la verdad a mis amigos más cercanos; quiénes siempre me respondían con un “Yo sé”. Decirle a mis amigos era un alivio. Sentía que no era del todo sincera con ellos, cuando ellos me confiaban sus secretos. Sin embargo, con mi familia, fue una tarea de supervivencia. No cabía la posibilidad en mi mente de que ellos se enteraran.
Mi familia siempre ha sido muy conservadora y de los que guardan apariencias de familia perfecta, donde hay que callar verdades para seguir siendo la familia intachable del barrio. Mi madre ha sido un ejemplo de las apariencias, nunca quiso volver a rehacer su vida por miedo a ser juzgada. La relación que sostenía con mi mamá era muy difícil, sin ella saber aun de mi sexualidad. Mi casa estaba llena de conflictos entre mis tíos y ella, de los que yo solo quería huir.
Encontré una novia en Managua. Me mudé un tiempo con ella y hacíamos muchas cosas de parejas como salir a caminar agarradas de la mano; esto siempre a escondidas de toda mi familia. Un día volví a Granada a dormir donde mi familia. Me encontraba chateando con mi novia, me quede dormida en el sofá con el celular en la mano. Los mensajes eran visibles. Una tía se acercó y tomo el celular e inicio a leer todas mis conversaciones, no solo con mi novia actual, también de encuentros pasados que había tenido con otras mujeres. Me sentí completamente desnuda ante mi familia. No basto con leer los mensajes. Revisaron mi galería de fotos y se encontraron con muchas fotos y videos íntimos míos. Toda mi privacidad había sido expuesta.
Al día siguiente desperté y fui a casa de mi novia, sin enterarme de nada de lo que había ocurrido. Fue una mañana tranquila y con relativa calma. Cuando volví por la tarde, mi familia entera se encontraba en la sala de mi casa, esperándome. Me pidieron que me sentara. Todos me observaban y podía notar asombro en sus caras sumado de un silencio sepulcral. En ese momento me encontraba desorientada y asustada, no sabía lo que me esperaba. Hasta que mi mamá rompió el silencio y directamente, sin preámbulos, me pregunto: Quiero que nos digas si te gustan las mujeres. La pregunta entró como descarga eléctrica a mis odios directa al corazón, que en menos de un segundo acelero los latidos, como si intentara salir de mi pecho y dejarme inerte. Comencé a temblar e inevitablemente a llorar. Toda lo que guardaba empezó a dar vueltas por mi cabeza, recordando las veces que quise hablar y no pude. La duda que surge en ese momento de querer seguir aparentando o decir la verdad de una vez por todas y despojarse de todo. La presión me abatió y rompí el silencio, acepté mi homosexualidad. Todos en la sala se voltearon a ver, como quien arroja una mirada que denote vergüenza por alguien más. Formaron un círculo a mi alrededor e iniciaron a arrojarme agua bendita, haciendo oraciones y poniendo sus manos sobre mi cabeza para salvar mi alma y librarme de los espíritus de la homosexualidad. Mi familia me estaba exorcizando. Fue la peor experiencia de mi vida a los 22 años. Yo nunca salí del closet con mi familia, me sacaron, de la forma más cruel, retrógrada e inhumana. Irrumpieron y allanaron mi espacio donde guardaba bajo llave el secreto de mi identidad y mi cuestionamiento. Como quisiera, que en vez de exorcizarme, mi mamá tan solo hubiera reído nuevamente, como cuando le dije que me gustaba Kathya, hace muchos años.
“Yo siempre lo supe, desde pequeña.”
Antes de este episodio amargo de mi vida, tenía un tío que venía de visita a Nicaragua. Él era un hombre mujeriego, al que le llegue a tener mucha confianza. Le confesé directamente que era lesbiana y que me gustaban las mujeres, a lo cual respondió con mucho vacilón “A mí también me gustan las mujeres”. Fue de los pocos que, quizás, llegue a sentir un poco de apoyo después de que mi familia se enterara. Salíamos mucho en familia cuando él visitaba Nicaragua y solíamos platicar de muchas cosas. En una de esas salidas, con el calor de los tragos, intento manosearme. Quede helada del susto. Lo único que pude responder fue que no hiciera eso otra vez. Pero no fue la última vez. En otro de sus viajes, me encontró dormida en mi habitación y empezó a tocarme. Esta vez sin una gota de alcohol o una conversación previa entre ambos. Me asusté y le dije que parara, él me respondió: “Esto es para que se te quite lo lesbiana, tenés que probar un buen hombre”. Salí corriendo desesperadamente de mi casa. Él era la única persona a la que le había depositado un pequeño voto de confianza en mi familia, por ser el único que aparentemente le importaba poco mi orientación sexual.
Me fui de la casa luego de ese episodio. Intente meterlo preso, pero mi familia no me dejo, no me creyeron. Prefirieron guardar nuevamente las apariencias de familia moralmente perfecta, antes que denunciaran a uno de sus miembros de abusador. La única que rompía los esquemas y las costumbres conservadoras era yo. El apoyo que podía recibir, al ser el bicho raro de la familia, era nulo. Nunca confronte a mi tío. Verlo y pensar en él aún me produce mucha ansiedad; escuchar su voz me da ataques de pánico y aún tengo pesadillas de ese momento que ha sido muy difícil de superar.
El único apoyo que he encontrado siendo lesbiana, ha sido con mis amistades. Aunque no siempre es así, me han tocado mujeres que me dejan de hablar cuando les confieso que soy lesbiana. Hombres que se molestan y golpean su ego al tener que rechazarlos.
En uno de mis trabajos me toco rechazar a mi jefe, que me acosaba incesantemente. Al golpear su orgullo, hizo lo imposible para que me despidieran. En recursos humanos nunca me creyeron, aun teniendo pruebas de los mensajes que él me mandaba. En mi actual trabajo he tenido que guardar las apariencias porque he creado la desconfianza de no saber, si tengo personas homofóbicas trabajando conmigo. Aunque muchas empresas se golpeen el pecho jactándose de permitir la diversidad entre sus empleados.
Es que ser lesbiana o en general homosexual te convierte en un foco de discriminación. He pasado discriminación por besar a mi novia en un bar, al punto de que me corran, hasta entrar a una tienda, mostrar el mínimo afecto como un beso en el cachete y agarrarse de la mano, y que les ofenda demasiado para sacarte de la tienda. No hay lugar seguro ni con mi propia familia, ni buscando mi vida en la calle.
Quisiera haber podido elegir y planear mi salida del closet, no de la manera abrupta que se dio con mi familia. O mejor aún, quisiera no haberlo planeado nunca y simplemente disfrutar de mi sexualidad como un derecho universal.
Mi único consejo que puedo dar a todos los que han pasado o estén pasando por algo similar en sus vidas es que sepan enfrentarlo, que saquen el llanto desde lo más profundo y que las lágrimas limpien todo a su paso para comenzar de nuevo. Dar este paso no es fácil, pero es más difícil vivir bajo la apariencia de ser alguien más. Estamos lejos de conseguir una sociedad equilibrada con respeto e igualdad. Por eso, relatos como el mío es importante darles visibilidad para lograr sumar aliados que fomentan la causa justa de la diversidad sexual y la igualdad social.