Un grito de nostalgia

Un grito de nostalgia

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Lectura de 6 minutos

Escribo esto, como técnica de liberación y control de ansiedad. No hay nada mejor que escribir, aunque las palabras no tengan sentido o el texto no tenga forma.

Emigrar supone un duelo; una transformación de la identidad. A veces, un desamparo. El duelo no es solo familiar. Se convierte en duelo añorar muchas cosas como: la comida, los colores del barrio, el aire, la tierra, las costumbres, las tradiciones, y fechas especiales que solo tu paisano sabe lo que significan en tu identidad. Un 7 de diciembre es un día cualquiera para muchos en el mundo. Para un católico nicaragüense, supone una de las fiestas más grandes y alegres del país. Para mí, la mejor fecha del mundo. 

Hoy no pude estar presente. Me toco, al igual que muchos, dejar mi patria y vivir nuevas experiencias de vida que me harán crecer. Sin embargo, fechas como hoy, es inevitable que el síndrome de Ulises no pase factura. La ansiedad me ha atacado.  Me ha dado ganas de tomar el próximo vuelo a mi tierra, y disfrutar de la tradición más linda. Pero, muy en el fondo, sé que estas son las verdaderas pruebas de fortaleza para quien deja su país. La nostalgia acecha. 

Desde que supe que dejaba todo atrás, me llené de valor y me preparé mentalmente para enfrentar lo que sea, de la mano de mi terapeuta. Apenas, he soltado las raíces de donde solía habitar, el cambio fue abrupto pero muy cómodo. Pero, un día cómo hoy fue un desequilibrio para mí.

Quise navegar en mis recuerdos, dejando que la ansiedad siguiera actuando, fue un proceso estimulante, pero muy invasivo para mi mente. Aún tengo los recuerdos de mi infancia muy frescos en mi memoria. Aquellas mañanas, donde solía levantarme temprano para asistir a las famosas procesiones de la virgen, que hasta el año pasado, solía realizar la parroquia de mi barrio. El gobierno este año las ha prohibido – pero eso es otra entrada para el blog—. 

Luego de las procesiones, se vivía un ambiente único y especial en Monseñor Lezcano. Todas las cunetas de las calles, pintadas de blanco, con banderines y la primavera que llega a los árboles de madroño, desprendiendo su aroma en el ambiente. Ese olor peculiar que te indica que ya estás en diciembre, por si aún no te habías percatado.

Era despertarme, y vivir una tradición especial que es herencia familiar. 

Era despertarme, y cruzarme con mi abuela, donde mi familia, y ayudar a arreglar las cosas, que se entregarían más noche. 

Era despertarme, y escuchar los cuetes que resonaban en el cielo y solían ser, el despertador de Monsenor Lezcano, para anunciar el inicio de la procesión 

Era despertar, y sentir el olor a pólvora en el ambiente. 

Era despertar y ver las calles decoradas. 

Era despertar y ver a los vecinos por primera vez conviviendo por una causa en común. 

Era despertar, y ver a un pueblo feliz, listos para una gran celebración. 

 

De todas las herencias de mi abuela, mi Vita, su fervor por la gritería es la que más atesoro. Ella, era Mariana, y siempre rezaba a su virgen para pedir por nosotros, su familia. Hasta le fecha, aún no sé, si tenía algún tipo de promesa. Ella repartía y pasaba de pie, con sus pies cansados e inflamados, las seis horas que dura la gritería. No permitía que alguien más le quitara el lugar, solo unos cuantos relevos para empujarse unos tragos de ron plata. Era la gasolina para aguantar toda la noche. 

Mi mente sigue en su viaje y la lluvia de recuerdos continua.Recuerdo las grandes filas que se formaban en el altar. Ya había fama de que ahí “daban buenas cosas”. Las personas esperaban el nacatamal, su escoba y su pala. Eran filas interminables, hasta que observabas a la misma persona con dos escobas en la mano. Es parte de la idiosincrasia del nicaragüense. 

Recuerdo también, aquellas carga cerradas de cien metros, que ahuyentaban a la gente. Pero nosotros, siempre alegres, con cerveza en mano y al son de los chicheros, disfrutábamos de cada bombazo, que al estallar, el impacto se siente en el cuerpo. Además, recuerdo cuando baile mi primero toro. Al terminar, me conmovió y me puse a llorar. Entre otros recuerdos, recuerdo a la gente, a veces desconocida, entrando y saliendo de la casa con platos de comida, cacao, gaseosas, vigoron, y todo lo que encontraban a su paso. Me incluyo, porque el 7 de diciembre, era el día donde más cacao lograba beber. 

Al finalizar la gritería, la fiesta no paraba ahí. Aquello, se convertía en una fiesta con los chicheros tocando. Para nosotros, era un motivo de celebración porque, aparte que era el cumpleaños de un integrante de la familia, era una gesta tirar cien docenas de cuetes sin margen de error. 

Esto que siento y que me llena de nostalgia, no es tanto por la fiesta nacional. En sí, es por celebración que realiza mi familia. Purísima como la de mi familia no hay. Es la mejor purísima de Managua, cuidado y del país. Yo antes iba a gritar, y nunca presencie nada igual. Hacemos de la gritería una fiesta, y la verdad, es como tiene que ser. 

Desde los remotos momentos de mi infancia, recuerdo el cielo iluminado, con la cantidad de pólvora que se tiraba. Mientras la tierra se cubría de humo, como neblina, que penetraba e inundaba las casas. La tiradera de las 12:00 am dura aproximadamente 45 minutos por la cantidad de pólvora que se tira. Todo esto, mientras los chicheros tocas sus mejores canciones.

Detrás de esta tiradera, hay una gran logística. Primero los que sostienen los cuetes dentro de la casa, luego están los que pasan los cuetes, y luego los que tiran los cuetes. Mientras, otro grupo está prendiendo cigarros con todos los dedos de las manos, para pasarlos y que sirvan de tizón, para que el cuete logre su viaje al cielo. 

Nunca antes, una tiradera había sido tan alegre. Porque nosotros la hacemos alegre. Antes de esta tiradera, bailamos toros encuetados o toro venado. Sin embargo, nosotros sí bailamos el toro. En muchos lugares, la tradición es salir corriendo y joder a la gente. Nosotros, si bailamos el corrido de toros, mientras formamos una cadena para animar al que está bailando. 

Los que han sido parte de la celebración de mi familia, sabrán que no exagero. En la cuadra, el 7 de diciembre es un magno evento. Ni la navidad, ni el año nuevo pueden superarlo. Y claro, hay otro grupo que solo llega al relajo y alista su termo lleno de cervezas para, de una, u otra forma, ser parte de la celebración. Debo admitir, que termine en ese grupo los últimos años. 

Es que, desde que mi Vita falleció, si bien los 7 de diciembre ya no son iguales sin ella. Me encargué de pasarlos bien en honor a ella, y dedicar cada toro encuatado que me tocaba bailar, a su memoria. Ya van dos años que te quedo mal Vita, y seguro que serán más. Pero los anhelos de mi corazón no son indiferentes a tus valores, los valores que me heredaste.

Esto es un grito de nostalgia de todo lo que un día fue esta celebración, hoy es distinta pero con el mismo fervor. 

Un grito de nostalgia por los que no están con nosotros.

 Un grito desesperado, por la resiliencia del pueblo que con mucho esfuerzo logra repartir, aunque sea, una caña. 

Un grito de liberación, porque es un momento donde no existe opresión. 

Pero es más mi grito interior, que hace eco añorando el pasado que fue, y desesperado por lo que vendrá. 

Sé, y tengo certeza que pronto estaré celebrando de nuevo la gritería. En esta etapa de mi vida, me encuentro en un proceso de desarrollo personal – o desarrollando mi personaje. Hay sacrificios que tengo que tomar para encontrarme a mí mismo y serme fiel hoy más que nunca, eso sí, sin olvidar de donde vengo, pero siempre sabiendo a donde voy. ¡Ahí vamos!

 

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